lunes, 24 de septiembre de 2012

La radicalización y la crisis

En tiempos de crisis, los discursos se radicalizan con una facilidad pasmosa. Y eso es peligroso. Bastante, además.

Estamos ante una grave situación económica del país, con 5 millones de parados y previsiones de llegar a 6. El malestar social va en aumento debido a los problemas económicos que sufren cada vez más personas. Además, la indignación se ha apoderado de gran parte de la sociedad española: los lejanos e "inocentes" culpables del pinchazo inmobiliario están muy lejos de vivir las nefastas consecuencias económicas que tuvieron y tienen sus acciones. Mientras, la inmensa mayoría de los ciudadanos, sufren al ver aumentados sus impuestos, recortados sus sueldos y son obligados a prescindir de cada vez más servicios sociales que necesitan.

Es una crisis en toda regla. De ésas que estudiábamos en Historia, de ésas que llevaron a los grandes cambios que vivió la Humanidad. Una de ellas, la más importante y reciente, fue la Revolución Francesa, que supuso el fin del Antiguo Régimen social, económico y político que se había conocido hasta el momento. Entonces, como ahora, el hastío de la sociedad contribuyó a alimentar las ganas de cambio y el rechazo a la clase política dirigente del momento, a la que se culpaba de la mayoría de los males que sufrían. Los problemas económicos por las subidas de impuestos y el encarecimiento de los precios, que entonces se traducían en auténticas hambrunas y graves enfermedades y epidemias como consecuencia de las durísimas condiciones de vida, avivaba el fuego de la indignación social.

Hoy, como entonces, los ciudadanos parecen dispuestos a querer terminar con situaciones que rechaza. Desde que el movimiento 15-M tomara las calles y las plazas hace año y medio -mucho hemos escrito en este rincón de ello-, las distintas plataformas que conforman este movimiento ciudadano no han tenido muy claro cómo reactivar la mezcla de indignación, solidaridad, empatía y simpatía de los españoles que les llevaron a cosechar grandes éxitos de participación durante las semanas que duraron las acampadas en las principales plazas de España.

Finalmente, el 25 de Septiembre ha sido la fecha elegida para tratar de reactivar ese malestar que consiguió aunar tantos descontentos y convertir a España en el punto de mira de todo Occidente -gracias a las numerosas réplicas obtenidas en distintos países-. El objetivo, 'ocupar' el Congreso, es en parte provocador, pero localiza geográficamente a los que considera culpables de sus males (como antaño La Bastilla), librando de mayores perjuicios a los comerciantes de las plazas ocupadas hace un año.

El hecho de que Sánchez Gordillo, el ahora famoso alcalde de Marinaleda -escudado tras su aforamiento de diputado autonómico andaluz- iniciara este verano una serie de acciones reivindicativas revolucionarias, atracando supermercados y 'ocupando' fincas rurales, no es más que una demostración de la facilidad con la que se radicalizan los discursos con el beneplácito de muchos, aceptando como válidos comportamientos que echan por tierra el Estado de Derecho que tenemos y que, si bien tiene muchas imperfecciones, es lo mejor que hasta ahora hemos logrado tener.

Desde la otra orilla, el aterrizaje en política de Mario Conde (esperado desde antes de que fuera condenado a prisión) complica aún más la percepción de la política por la ciudadanía. Conde, que ha estado preparando su entrada en escena desde hace años con el apoyo mediático de la derecha, pretende introducir aire fresco en un sistema de poder (denunciado por él mismo como El Sistema) que él conoce bien por haberlo 'habitado' de alguna manera durante años. Como el partido de Rosa Díez hace con el PSOE, pretende ser cobijo de votantes descontentos pero con una clara tendencia de voto. Precisamente, el hecho de que esté amparado por un grupo mediático que se autoposiciona como de derechas, mientras se presenta como salvaguardador de los derechos ciudadanos desde su partido Sociedad Civil y Democracia, no hace sino ensombrecer y encallar aún más un salto a la política que suena a venganza más que a servicio.

Es cierto que las comparaciones son odiosas. Y no pretendo ser alarmante. Pero la Historia la tenemos para estudiarla, para aprender de ella y para no cometer de nuevo los mismos errores. Estamos en Crisis, con mayúsculas, sí. Pero por favor, tengamos mucho cuidado con la radicalización de los discursos. Son peligrosos.